lunes, 1 de marzo de 1982
domingo, 28 de febrero de 1982
sábado, 27 de febrero de 1982
viernes, 26 de febrero de 1982
jueves, 25 de febrero de 1982
miércoles, 24 de febrero de 1982
martes, 23 de febrero de 1982
lunes, 22 de febrero de 1982
domingo, 21 de febrero de 1982
sábado, 20 de febrero de 1982
viernes, 19 de febrero de 1982
jueves, 18 de febrero de 1982
miércoles, 17 de febrero de 1982
martes, 16 de febrero de 1982
lunes, 15 de febrero de 1982
domingo, 14 de febrero de 1982
sábado, 13 de febrero de 1982
viernes, 12 de febrero de 1982
jueves, 11 de febrero de 1982
miércoles, 10 de febrero de 1982
martes, 9 de febrero de 1982
lunes, 8 de febrero de 1982
domingo, 7 de febrero de 1982
sábado, 6 de febrero de 1982
viernes, 5 de febrero de 1982
jueves, 4 de febrero de 1982
miércoles, 3 de febrero de 1982
martes, 2 de febrero de 1982
lunes, 1 de febrero de 1982
EAU DE COURRÈGES
Deben cortarse de raíz esos actos, forjados siempre con desgana por luctuosos sentimientos tan crueles como lastimeros. Victimarios del desconsuelo.
Y es que me encontré con Aloxina. Está enferma. Desvaría, cree que la persiguen, y me habló en tono insolente, culpándome de no sé qué paranoia. Me recuerda a mi prima Gracita.
Iba del brazo de su hijo Saúl, que miraba absorto al fondo de la avenida, ajeno a todo.
Me alejé, excusándome con la urgencia de una reunión de trabajo.
La vida es injusta.
domingo, 31 de enero de 1982
sábado, 30 de enero de 1982
MADAME BERTHE TRÉPAT
Oliveira pensó por un segundo en subir sin más vueltas la
escalera, pero no sabía en qué piso vivía la artista. Fumó rabiosamente,
envuelto de nuevo en la oscuridad, esperando que pasara cualquier cosa o que
no pasara nada. A pesar de la lluvia los sollozos de Berthe Trépat le llegaban
cada vez más claramente. Se le acercó, le puso la mano en el hombro.
—Por favor, madame Trépat, no se aflija así. Dígame qué podemos hacer,
tiene que haber una solución.
—Déjeme, déjeme —murmuró la artista.
—Usted está agotada, tiene que dormir. En todo caso vayamos a un hotel,
yo tampoco tengo dinero pero me arreglaré con el patrón, le pagaré mañana.
Conozco un hotel en la rue Valette, no es lejos de aquí.
—Un hotel —dijo Berthe Trépat, dándose vuelta y mirándolo.
—Es malo, pero se trata de pasar la noche.
—Y usted pretende llevarme a un hotel.
—Señora, yo la acompañaré hasta el hotel y hablaré con el dueño para que
le den una habitación.
—Un hotel, usted pretende llevarme a un hotel.
—No pretendo nada —dijo Oliveira perdiendo la paciencia—. No puedo
ofrecerle mi casa por la sencilla razón de que no la tengo. Usted no me deja
subir para que Valentin abra la puerta. ¿Prefiere que me vaya? En ese caso,
buenas noches.
Pero quién sabe si todo eso lo decía o solamente lo pensaba. Nunca había
estado más lejos de esas palabras que en otro momento hubieran sido las
primeras en saltarle a la boca. No era así como tenía que obrar. No sabía cómo
arreglarse, pero así no era. Y Berthe Trépat lo miraba, pegada a la puerta. No,
no había dicho nada, se había quedado inmóvil junto a ella, y aunque era
increíble todavía deseaba ayudar, hacer alguna cosa por Berthe Trépat que lo
miraba duramente y levantaba poco a poco la mano, y de golpe la descarga
sobre la cara de Oliveira que retrocedió confundido, evitando la mayor parte
del bofetón pero sintiendo el latigazo de unos dedos muy finos, el roce
instantáneo de las uñas.
—Un hotel —repitió Berthe Trépat—. ¿Pero ustedes escuchan esto, lo que
acaba de proponerme?
Miraba hacia el corredor a oscuras, revolviendo los ojos, la boca
violentamente pintada removiéndose como algo independiente, dotado de vida
propia, y en su desconcierto Oliveira creyó ver de nuevo las manos de la Maga
tratando de ponerle el supositorio a Rocamadour, y Rocamadour que se
retorcía y apretaba las nalgas entre berridos horribles, y Berthe Trépat removía
la boca de un lado a otro, los ojos clavados en un auditorio invisible en la
sombra del corredor, el absurdo peinado agitándose con los estremecimientos
cada vez más intensos de la cabeza.
—Por favor —murmuró Oliveira, pasándose una mano por el arañazo que
sangraba un poco—. Cómo puede creer eso.
Pero sí podía creerlo, porque (y esto lo dijo a gritos, y la luz del corredor
volvió a encenderse) sabía muy bien qué clase de depravados la seguían por
las calles como a todas las señoras decentes, pero ella no iba a permitir (y la
puerta del departamento de la portera empezó a abrirse y Oliveira vio asomar
una cara como de una gigantesca rata, unos ojillos que miraban ávidos) que un
monstruo, que un sátiro baboso la atacara en la puerta de su casa, para eso
estaba la policía y la justicia —y alguien bajaba a toda carrera, un muchacho
de pelo ensortijado y aire gitano se acodaba en el pasamanos de la escalera
para mirar y oír a gusto—, y si los vecinos no la protegían ella era muy capaz
de hacerse respetar, porque no era la primera vez que un vicioso, que un
inmundo exhibicionista...
En la esquina de la rue Tournefort, Oliveira se dio cuenta de que llevaba
todavía el cigarrillo entre los dedos, apagado por la lluvia y medio deshecho.
Apoyándose contra un farol, levantó la cara y dejó que la lluvia lo empapara
del todo. Así nadie podría darse cuenta, con la cara cubierta de agua nadie
podría darse cuenta. Después se puso a caminar despacio, agachado, con el
cuello de la canadiense abotonado contra el mentón; como siempre, la piel del
cuello olía horrendamente a podrido, a curtiembre.
(Julio Cortázar: "Rayuela")
viernes, 29 de enero de 1982
jueves, 28 de enero de 1982
miércoles, 27 de enero de 1982
martes, 26 de enero de 1982
lunes, 25 de enero de 1982
QUORUM
Colonia anunciada por Plácido Domingo
Acusado de acosador
Je ne sais pas, je ne sais plus...
Lo demás en caída libre
La economía
La peste
La cordura
La inteligencia
La bonhomía
La ética
La decencia
La valentía
Se hunde el
Titánic
domingo, 24 de enero de 1982
sábado, 23 de enero de 1982
viernes, 22 de enero de 1982
jueves, 21 de enero de 1982
Suscribirse a:
Entradas (Atom)