Deben cortarse de raíz esos actos, forjados siempre con desgana por luctuosos sentimientos tan crueles como lastimeros. Victimarios del desconsuelo.
Y es que me encontré con Aloxina. Está enferma. Desvaría, cree que la persiguen, y me habló en tono insolente, culpándome de no sé qué paranoia. Me recuerda a mi prima Gracita.
Iba del brazo de su hijo Saúl, que miraba absorto al fondo de la avenida, ajeno a todo.
Me alejé, excusándome con la urgencia de una reunión de trabajo.
La vida es injusta.