Cuántas tardes de invierno alrededor de la mesa camilla, al amor del brasero eléctrico, paseando por el fascinante mundo de ese mágico tablero que tantas vidas extrañas albergaba; niños y viejos, ricos y pobres, virtuosos y degenerados, animales desarraigados, deportistas, borrachos, banqueros, payasos, tristes y fracasados, matasietes, probos ciudadanos... Todo el Universo se concentraba en esas 63 casillas y se desparramaba en un estallido de emoción, peligro e ilusión a partes iguales.
Pero también quedaba tiempo para el descanso, para el paseo relajado que permitía poner en práctica la máxima délfica del "conócete a ti mismo", para la charla variopinta o para el silencio umbrío y refrescante.
La muerte y la gloria acechaban en cada tirada. Pero sabemos que en la vida todo lo mueve el azar.
Y todo lo destruye el Tiempo.
Tras volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, he descubierto que el paso por la Tierra es jugar una partida en este centenario tablero del Juego de la Oca.