viernes, 31 de enero de 2014

jueves, 30 de enero de 2014

miércoles, 29 de enero de 2014

LETEO (I)


Ombra fedele anch'io,
sul margine di Lete,
seguir vo' l'idol mio
che tanto adoro.

viernes, 10 de enero de 2014

EL CID



POEMA DEL MÍO CID

CANTAR PRIMERO

Destierro del Cid”

Envió el rey D. Alfonso al Cid a Sevilla para cobrar las parias de los reyes moros de Sevilla y Córdoba.
Ocurrió que existía una gran rivalidad entre Almutamiz, el rey sevillano, y Almudafar, rey de Granada. Este último contaba con el apoyo de varios nobles hispanos como el conde García Ordóñez, Fortún Sánchez (yerno del rey García de Navarra -o sea Sancho Garcés IV-) o Lope Sánchez, y deciden atacar a Almutamiz.
Rodrigo les hace frente y los derrota en Cabra.

E priso el Çid en esta batalla al conde don Garçía Ordóñez e mesóle una pieça de la barba

El rey sevillano, emócionado y agrádecido, los agasaja con ricos presentes y le paga, además, gustoso las parias.
Alfonso VI lo recibe encantado, mas al poco se deja enredar por rumores y difamaciones y se indispone contra Rodrigo.
El Cantar no da más explicaciones pero se cree que el Cid fue acusado de quedarse con parte de lo recaudado. Sea como fuere, el caso es que es desterrado.

Rodrigo convoca a sus vasallos para saber quiénes lo acompañarán. Su más fiel e incondicional aliado es su primo carnal, Alvar Fáñez, quien le manifiesta la inquebrantable adhesión de todos. Y de este modo hace su entrada en Burgos, flanqueado por 60 pendones, mas nadie se atreve a darle alojamiento; es muy fuerte el temor al rey castellano.

NOTA.- Tierna escena de la niña que sale a recibirlo, y que inspiraría a Manuel Machado su estremecedor poema “Castilla”:

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal responde... Hay un niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal ¡oh Cid! No ganáis nada.”

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.

Tampoco al Cid se le permite aprovisionarse, así que acampa en el arenal del río Arlanzón.
Tan sólo Martín Antolínez, el Burgalés Complido, se une al Cid y lo provee de pan y vino.
Rodrigo necesita dinero de forma desesperada y urde una treta despreciable. Llena con arena dos arcones y se los lleva a dos prestamistas judíos de Toledo, Raquel y Vidas, dejándolos en prenda de un crédito de 600 marcos y asegurando que están repletos de oro sustraído del cobro de las parias al rey sevillano. Los judíos comentaron con un guiño:

«Bien sabemos que él algo a gañado
Quando a tierras de moros entró que grant aver a sacado»

Se hace jurar a los banqueros que no abrirán las arcas

«Que si antes las catassen que fossen perjurados
Non les diesse mio Çid de ganancia un dinero malo»

El negocio lo lleva a cabo Martín Antolínez, que regresa rápidamente al campamento de su señor y lo insta para partir sin tardanza hacia S. Pedro de Cardeña, donde lo espera la esposa del Campeador.
Martín quedará en Burgos dejando a salvo a su familia, pues las represalias del rey Alfonso es seguro que no se harán esperar, y posteriormente se reunirá definitivamente con el Cid.
Llega Rodrigo al amanecer. Encarga al abad D. Sancho que cuide de su mujer e hijas, para ello le adelanta 150 marcos.
Emocionante diálogo el del Cid con Dª Jimena.
Tras una copiosa comida se preparan para partir. Las mesnadas aumentan, pues son muchos los caballeros que se les unen, para mayor regocijo del Cid.
Llega Martín Antolínez, acompañado de 115 jinetes. El Cid promete a todos grandes recompensas.
Luego van a misa:

«La oración fecha, la missa acabada la an
Salieron de la eglesia ya quieren cavalgar
El Çid a doña Ximena íbala a abraçar
Doña Ximena al Çid la manol va besar
Llorando de los ojos que non sabe qué se far
E él a las niñas tornólas a catar
A Dios vos encomiendo e al Padre spirital;
Agora nos partimos Dios sabe el ajuntar”
Llorando de los ojos que non vidiestes a tal
Assís parten unos d'otros como la uña de la carne»

Y la comitiva se pone en marcha. Por el camino sigue uniéndoseles gente.
Pasan por Espinazo de Can, San Esteban de Gormaz, Alcubilla del Marqués, salen por la calzada de Quinea, cruzan el Duero por Navapalos, y acampan en Figueruela.
En sueños se le aparece el arcángel S. Gabriel que lo anima a seguir, y le profetiza que todo saldrá a pedir de boca.
Al día siguiente se cumple el plazo para que abandone el Cid las tierras castellanas.
Descansa en Sierra de Miedes, a la derecha de las torres de Atienza, donde están los moros.
A la tardada pasa revista a sus tropas: cuenta con 300 lanzas, todas con pendones (supongo que se refiere a los caballeros) aparte un gran número de peones.
Siguen caminando, y al anochecer cruzan la sierra, dejando atrás los dominios del rey Alfonso. Mas no se paran, el Cid quiere llegar a Castejón de Henares y convertir esa plaza en su primera conquista. Como ya es tierra de moros se puede saquear la zona sin remordimientos.
Por allí cerca preparan una emboscada, el estratega será Álvar Fáñez Minaya, y se nota que este hombre no es Aníbal, pues la táctica consiste en esperar a que los de Castejón abran las puertas para acudir a las labores del campo y entonces colarse en estampida y saquear el pueblo. Un prodigio de inventiva y valor, máxime teniendo en cuenta que son civiles indefensos, pobres campesinos que a duras penas subsisten en ese medio tan hostil.
De paso las mesnadas del Campeador saquean la vega del Henares y de Guadalajara. En Castejón reparten el botín.
A los pocos días se van, el Cid sabe que ha atacado a moros vasallos de D. Alfonso, y éste no tardará en llegar para pedirle explicaciones. Sigue por Henares, La Alcarria, cruzan el Tajuña, se internan en el campo de Taranz, siempre saqueando y obteniendo botín, y acampan entre Ariza y Cetina.
Al día siguiente pasó a Alhama, La Hoz, Bubierca y Ateca. Descansa en Alcocer, y le impone tributo junto con Terrer y Ateca. Para asegurar el control de la zona tiene que tomar el castillo de Alcocer.
Finge que abandona el lugar y los de Alcocer salen a toda prisa intentando sorprender la retaguardia cristiana; de repente el Cid se revuelve y hace gran mortandad entre la morisma. De esta forma llegó con el camino expedito hasta el castillo que conquista sin resistencia.
La matanza ha sido tan grande que apenas puede tomar rehenes por los que pueda pedir rescate, así que esclaviza a la población civil.
Todo el valle del Jalón y del Jiloca pertenece al rey moro Tamín, de Valencia, así que éste envía a sus alféreces Fáriz y Galve al mando de 3000 hombres con la orden de que prendan al Cid y lo lleven a Valencia.
Los moros pernoctan en Segorbe, al día siguiente Duermen en Cella, y a la tercera noche llegan a Calatayud.
Al día siguiente cerca la morisma el castillo de Alcocer y les corta el agua a los sitiados.
A la tercera semana, los cristianos hacen una salida desesperada. La lucha es terrible, las fuerzas están muy igualadas. Entonces el Campeador alcanza a Fáriz y lo hiere gravemente. El moraco logra escapar, pero su ejército huye en desbandada.
Entre tanto, Martín Antolínez le asesta un tremendo mandoble a Galve, partiéndole el yelmo. Chorreando sangre pone grupas al viento.
La victoria cristiana es total. Fáriz logra refugiarse en Terrer, mientras que Galve es alcanzado por el Cid en Calatayud.
Del enorme botín decide Ruy entregarle al rey Alfonso 30 caballos enjaezados, y es Minaya el encargado de llevárselos.
A los de Calatayud les vende el Cid el castillo de Alcocer por tres mil marcos de plata.

Luego continúa su marcha hasta el Poyo, lugar estratégico enclavado en un alto desde el que controla una amplia zona. Le servirá de base de operaciones para controlar y someter a tributo a todos los pueblos de alrededor: Daroca, Teruel y Cella.
Entre tanto, Minaya llega a la corte de Alfonso VI y entrega los presentes. El rey castellano se alegra sobremanera y concede su perdón a Minaya, mas no al Cid; no obstante da permiso a cuanto castellano quiera para unirse a la partida de bandoleros del campeador.
La llegada de Minaya provoca la alegría generalizada entre las huestes del Cid, y éste, para celebrarlo, organiza una algarada nocturna por tierras de Alcañiz, arrasando todo a su paso.
Las gentes del lugar, aterradas, pagan parias sin rechistar, incluidos los moros de Zaragoza, Huesca y Monzón.
Al día siguiente levantan el campamento y se establecen en el puerto de Olocan, para desde allí perpetrar correrías por Huesca y Montalbán.
Estos andurriales eran protectorado del Conde de Barcelona, y no puede consentir tal afrenta. Reúne el catalán un buen contingente armado y va en busca del Cid. Éste, que no tiene ganas de vérselas con un ejército de verdad, intenta apaciguar al Sr. Conde, pero D. Ramón no se aviene a razones.
La batalla tiene lugar en los pinares de Tévar, donde los castellanos han tomado ventaja ocupando una elevación del terreno. Su ataque cuesta abajo es demoledor y el Conde de Barcelona es hecho prisionero.
Como sucedía siempre en estos casos, los nobles eran muy bien tratados por el enemigo, eso sí, D. Ramón es despojado de su magnífica espada “Colada”, que vale más de mil marcos.
Ante semejante pérdida el conde se niega a comer, el Cid le insiste para que acepte su hospitalidad, pero D. Ramón tiene la cabeza como el granito. Al final el de Vivar le promete la liberación de sus dos mejores capitanes y todo acaba en lifara, alegría y fraternidad generalizada.

Ahora mismo el Cid cuenta con un buen ejército perfectamente equipado, dinero en abundancia y la moral por las nubes. Es el momento de probar el bocado valenciano.
Toman Jérica, Onda, Almenara, Burriana y Murviedro.
A los moros de Valencia no les queda otra que presentar batalla.
El Cid, aconsejado por su fiel Minaya, lleva a cabo un ataque sorpresa al amanecer contra el campamento infiel. La victoria es total.
Queda conquistada Cebolla y toda la zona del Puig. Luego caen Cullera, Játiva, Denia y Benicadell.

«En tierras de moros – prendiendo e ganando
E durmiendo los días – e las noches trasnochando
En ganar aquellas villas – Mío Cid duró tres años»

En todo este tiempo el castellano no hace otra cosa que talar frutales, quemar cosechas y arrasar cuanto puede.
Valentía y nobleza a partes iguales.
Los valencianos piden ayuda al rey de Marruecos, pero el monarca norteafricano está en guerra con los almorávides y no puede enviar socorro alguno.
En cuanto el Cid se entera lanza una proclama por todas las españas pidiendo mercenarios para la conquista de la capital del reino valenciano.
Sitia la ciudad, y al décimo mes capitula por hambre.
El rey sevillano que está viendo cómo le pelan las barbas al vecino, acude al rescate con un contingente de 30 mil hombres.
El encuentro tiene lugar en la huertas de Játiva, y los moros son empujados hacia el Júcar, para que no puedan maniobrar. Sale bien la jugada y el ejército andaluz es aplastado. El rey sevillano, aunque herido, logra escapar.

El Cid ya es rey de Valencia. No cabe en sí de gozo.
Desde que saliera de Burgos no se ha tocado la barba, dice que lo hace “por amor de rey Alfonso, que de tierra me a echado”.

Y así, barbado, barbudo y feliz pasa revista a sus tropas: tres mil seiscientos efectivos (suponemos que se refiere a los caballeros solamente).

Luego encarga a su fiel Minaya que acuda a la corte del rey Alfonso con cien caballos para que éste permita la salida de Dª Jimena y sus hijas.
Entre tanto llega por allí un clérigo de oriente, con mucha labia y prosapia, que será nombrado por el Cid obispo de Valencia. Se llamaba Jerónimo, el cabrón, como el indio...

Minaya alcanza a su majestad en Carrión, le entrega los presentes y lo pone al día sobre las victorias y el poderío militar de su señor. Alfonso se da cuenta que le conviene tener al Campeador como amigo y accede a todas las peticiones de Minaya, incluso perdona a los amigos del de Vivar.
El conde Garci Ordóñez se muere de envidia. Los infantes de Carrión planean casarse con las hijas del Cid, y por de pronto encargan a Minaya le presente sus respetos a Rodrigo.

Ya parten todos camino de Valencia cuando aparecen Raquel y Vidas reclamando su dinero, que manda huevos que Minaya le haya entregado al abad de S. Pedro 500 marcos y se haya gastado otros tantos en vestidos y regalos para Dª Jimena, las hijas y las damas del séquito, y a los judíos los despida con un vago:

«Yo lo veré con el Cid – si Dios me lieva allá
Por lo que avedes fecho - buen cosiment y avrá»

Entre tanto, el Cid envía un destacamento para que el reyezuelo moro de Molina (más allá de Bronchales), Abéngalbón, provea de cien hombres para la escolta que ha de ir al encuentro de sus hijas. Enviará doscientos el de Molina, y las encontrará en Medinaceli.
A los pocos días el Cid puede abrazar a su mujer y a sus hijas en la bella ciudad del Turia.
Para la ocasión va montado en Babieca, que era parte del botín arrebatado al rey sevillano y que todavía no ha probado, resultando ser un corcel magnífico.
Suben al alcázar y contemplan tanta hermosura que no saben haca dónde dirigir la mirada: el mar, la huerta frondosa, los jardines, los edificios...
Pero una negra nube aparecerá en el horizonte: el rey Yúcef (o Yusuf) de Marruecos prepara un gran ejército para recuperar Valencia, uno de los principales feudos que tantos beneficios le reportaba.
Desembarca en las playas Valencianas junto con 50 mil soldados. Inmediatamente comienza el sitio de la ciudad.
Los cristianos, tras algunas algazaras, salen en tromba al tercer día. Son cuatro mil contra cincuenta mil. No está mal.
El Cid, cabalgando sobre Babieca, es un rayo imposible de parar. La sangre le chorrea por el brazo, no da abasto para apiolar moracos, de repente, a pocos metros por delante, divisa al rey Yúcef. Le asesta tres mandobles que sin embargo no acaban con la vida del caudillo moro, quien logra escapar y encontrar refugio en el castillo de Cullera. Pero de nada le sirve porque al poco es capturado.
De los 50 mil sarracenos, sólo 104 logran escapar. El botín es inmenso.
Aquí se evidencia la mano de Dios, porque han de saber vuesas mercedes que antes de entrar en combate se ha oficiado una misa oficiada por D. Jerónimo, el cuál pide al Cid que le permita inaugurar la matanza de infieles. Permiso concedido.
Así que, acabada la contienda, vuelve el señor obispo hecho un eccehomo embadurnado de sangre enemiga.

Al día siguiente parte Minaya hacia Valladolid con nuevos presentes para el rey.
Los Infantes de Carrión y el cabrón del Conde García Ordóñez echan las muelas.
Por fin se deciden y piden al rey la mano de las hijas del Cid.
El rey responde que ha de consultarlo con el Cid, y así se lo transmite a Minaya, añadiendo además que perdona al Cid y que puede volver cuando le plazca, y que para tratar el asunto del matrimonio pueden reunirse dónde Rodrigo disponga.
Y el Cid decide que el encuentro sea en el rio Tajo dentro de tres semanas.
Álvaro Salvadórez y Galindo García quedarán como gobernadores de Valencia mientras dure la ausencia del Campeador.

El encuentro con el rey Alfonso es enternecedor. Allí se fija la boda entre Diego y Fernan con Dª Elvira y Dª Sol.
Minaya será el padrino en nombre del rey, pues el Cid así lo prefiere.
Regresa un gran séquito a Valencia la mayor.
Las bodas fueron mejores que las de Luis alonso. Los Yernos quedarán dos años en Valencia.

CANTAR TERCERO: “LA AFRENTA DE CORPES”
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Habíase quedado sopas el Cid, cuando se produce un gran alboroto: Un león se ha escapado de la jaula. Los Infantes huyen despavoridos, mientras la guardia rodea al Cid para protegerlo. Mas el Campeador se levanta, coge al león por el cuello y lo mete de nuevo en la jaula.
Entre tanto, toda la peña se descojona de los acobardados condes de Carrión.
Una vez más los marroquíes atacan Valencia. Esta vez es el rey Búcar, que ha plantado cincuenta mil tiendas en el campo de Quart.
Cuando los condesitos ven el plan que se avecina, sienten un incontenible canguelo. Pero el Cid los tranquiliza y los exime de participar en la batalla.
Sin embargo, al darse cuenta del papelón que están haciendo rectifican y deciden, no sólo entrar en combate sino ser los primeros en repartir hostias. Permiso concedido.
Fernandito se adelanta, y un moraco llamado Aladraf, pica espuelas contra él. Muerto de miedo, el niñato vuelve grupas. Afortunadamente está cerca el bravo Pedro Bermúdez, que se merienda a Aladraf, le quita el caballo y se lo regala al condesito cagón, a la vez lo instruye para que diga a todos que ha sido don Fernando quien ha hecho morder el polvo al sarraceno, y evitar ante todos el deshonor de su cobardía. ¡Bravo por D. Pedro!

Comienza el combate D. Jerónimo, el obispo, y reparte hostias como panes; luego ataca el Cid y aquello acaba en matarile generalizado.
El remate final es la persecución del Cid a Búcar, con prolijo diálogo incluido, y al que da alcance en la playa. El Cid no tiene misericordia, de un furioso mandoble lo abre en canal, de la cabeza hasta la cintura. A continuación se queda con el botín del reyezuelo, y el objeto más valioso es la sin par "Tizona", que valía mil marcos de oro.
Nuestro héroe está pletórico y planea convertir a Marruecos en reino vasallo.
Los Infantes piden al Cid que los deje partir a Carrión junto a sus esposas. Petición concedida, que va acompañada de grandes regalos, entre los cuales están una espada para cada yerno, y no cualquier pincho, sino las valiosas "Colada" y "Tizona".
Dª Elvira y Dª Sol piden que también las acompañe alguien del séquito castellano, y el elegido será Félix Muñoz, primo de las muchachas y sobrino carnal del Cid.
Parte la comitiva, pernoctando en la corte de Abengalbón, rey de Molina.
Para entonces, los pérfidos infantes ya tienen planeado matar al moro y quedarse con sus riquezas. Afortunadamente, un morico los oye y se lo cuenta a su amo. Abengalbón afea a los condesitos sus criminales intenciones y se vuelve para su castillo.
Frustrados, acampan en el robledal de Corpes, y allí atan a sus tiernas esposas, azotándolas hasta dejarlas por muertas.




Félix Muñoz iba adelantado, explorando el camino, siguiendo las órdenes de los canallas, pero un presentimiento lo hace regresar. Los ve a lo lejos y le extraña que estén solos, vuela entonces hacia el robledal y allí encuentra a sus premicas.
Las llevará a San Esteban de Gormaz, donde se recuperarán de sus heridas.

Un mensajero le cuenta al Cid lo sucedido. Éste envía un escuadrón de 200 hombres para que las traigan.

NOTA.- Qué curioso que Minaya también sea sobrino del Cid.

También encarga a Muño Gustioz que haga al rey sabedor de la cruel afrenta sufrida y tenga claro que es él, D. Alfonso, responsable de todo por haber pedido el casamiento.
El fiel servidor del Cid da con el rey castellano en San Fagunt (Sahagún). Alfonso se compromete a convocar Cortes para dentro de siete semanas y juzgar allí el caso. Acudirá toda la nobleza, y, por supuesto, los condesitos.
Y llegado el día, allí se reúnen todos. Pero Mío Cid no se fía, llega con sus cien mejores hombres, bien armados pero cubiertos con túnicas y armiños para ocultarlas.
Todos se levantan a su llegada, incluido el rey, todos menos García Ordóñez y sus secuaces.
Toma la palabra el Cid.
Primero exige que le devuelvan las dos espadas, magníficas armas que no merecen. Los pérfidos hermanos acceden encantados, pensando que ahí pararán las reclamaciones de su suegro. Una vez que las tiene en sus manos, se las regala a su sobrino D. Pedro, y a Martín Antolínez.
A continuación pide le reembolsen el dinero que les diera al salir de Valencia. Los nobles que allí están y que ejercen como jueces exigen a los condesitos que aflojen la mosca, que asciende a tres mil marcos. Como no cuentan ya con esa suma, pues se la gastaron hace tiempo, se les obliga a abonarlo en especie.
Por último los reta en duelo.

-Pedro Bermúdez reta a Fernando
-Martín Antolínez a Diego
-Muño Gustioz a Asur González

En esto que entran dos emisarios de los reyes de Navarra y de Aragón pidiendo la mano de las hijas del Cid.

El duelo será en Carrión dentro de tres semanas. El Cid vuelve a Valencia.

El duelo es una absoluta mariconada, pues no muere nadie.

Y la historia acaba con la boda de las hijas del Cid con los reyes de Navarra y Aragón.

Y todos fueron felices y comieron perdices.

 Quien escriuio este libro del Dios parayso, amen.
Per abbat le escriuio en el mes de mayo

En era de mill e CC XL.V. annos es el romanz

Fecho: dat nos del vino si non tenedes dinneros

Ca mas podre, que bien vos lo dixieron labielos.

viernes, 3 de enero de 2014

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