"El Barranco de la Muerte"
por Agustín Salinas Teruel (1891)
« Yo miré; y he ahí un caballo blanco, y el que lo montaba tenía un arco y se le dió una corona, y salió victorioso para continuar las victorias.
Y como hubiese abierto el segundo sello, oí al segundo animal, que decía: Ven y verás.
Y salió otro caballo rojo; y al que lo montaba se le concedió el poder de desterrar la paz de la tierra, y de hacer que los hombres se matasen unos a otros; y así, se le dio una gran espada.
Abierto que hubo el sello tercero, oí al tercer animal, que decía: Ven, y verás. Y vi un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en su mano.
Y oí cierta voz en medio de los cuatro animales, que decía: Dos libras de trigo valdrán un denario, y seis libras de cebada a denario también; mas al vino y al aceite no hagas daño.
Después que abrió el sello cuarto, oí una voz del cuarto animal, que decía: Ven y verás.
Y he ahí un caballo pálido y macilento, cuyo jinete tenía por nombre Muerte, y el infierno le iba siguiendo, y se le dió poder sobre las cuatro partes de la tierra para matar a los hombres a cuchillo, con hambre, con mortandad y por medio de las fieras de la tierra.
Y cuando hubo abierto el quinto sello, vi debajo o al pie del altar las almas de los que fueron muertos por la palabra de Dios y por ratificar su testimonio.
Y clamaban a grandes voces, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor (tú que eres santo y veraz), difieres hacer justicia y vengar nuestra sangre contra los que habitan en la tierra?
Se le dio luego a cada uno de ellos un ropaje o vestido blanco y se les dijo que descansasen o guardasen en paz un poco de tiempo, en tanto que se cumplía el número de sus consiervos y hermanos, que habían de ser martirizados también como ellos.
Vi así mismo cómo abrió el sexto sello; y al punto se sintió un gran terremoto, y el sol se puso negro como un saco de cilicio, o de cerda, y la luna se volvió toda roja como sangre.
Y las estrellas cayeron del cielo sobre la tierra, a la manera que una higuera, sacudida de un recio viento, deja caer sus brevas.
Y el cielo desapareció como un libro que es enrrollado; y todos los montes y las islas fueron movidos de sus lugares.
Y los reyes de la tierra, y los príncipes, y los tribunos, y los ricos, y los poderosos, y todos los hombres, así esclavos como libres, se escondieron en las grutas y entre las peñas de los montes;
y decían a los montes y peñascos: Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de aquel Señor que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero,
porque llegado es el día grande de la cólera de ambos, ¿y quién podrá soportarla?
Después de esto vi cuatro ángeles que estaban sobre los cuatro ángulos o puntos de la tierra, deteniendo los cuatro vientos de la tierra, para que no soplasen sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno.»
(APOCALIPSIS 6)