Cuando yo era niño
En mi casa disfrutábamos
De una humilde
Radio de válvulas
Que nos hacía muy felices
De vez en cuando
En los programas de canciones dedicadas
La gente pedía
"El Seminarista de los Ojos Negros"
Recitado por el gran
Rafael de Penagos
Aunque esto último puede que me lo esté inventando
La memoria nos juega
Extrañas pasadas
Para bien y para mal
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Desde la ventana de un casucho viejo
Abierto en verano, cerrado en invierno
Por vidrios verdosos y plomos espesos
Una salmantina de rubios cabellos
Y ojos que parecen pedazos de cielo
Mientras la costura mezcla con el rezo
Ve todas las tardes pasar en silencio
Los seminaristas que van de paseo
Baja la cabeza sin erguir el cuerpo
Marchan en dos filas, pausados y austeros
Sin más nota alegre sobre el traje negro
Que la beca roja que ciñe su cuello
Y que por la espalda casi roza el suelo
Un seminarista entre todos ellos
Marcha siempre erguido con aire resuelto
La negra sotana dibuja su cuerpo
Gallardo y airoso, flexible y esbelto
Él, sólo a hurtadillas y con el recelo
De que sus miradas observen los clérigos
Desde que en la calle vislumbra a lo lejos
A la salmantina de rubio cabello
La mira muy fijo con mirar intenso
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
De aquella mirada de sus ojos negros
Monótono y tardo va pasando el tiempo
Y muere el estío y el otoño luego
Y vienen las tardes plomizas de invierno
Desde la ventana del casucho viejo
Siempre sola y triste, rezando y cosiendo
Una salmantina de rubio cabello
Ve todas las tardes pasar en silencio
Los seminaristas que van de paseo
Pero, no ve a todos, ve sólo a uno de ellos
Su seminarista de los ojos negros
Cada vez que pasa gallardo y esbelto
Observa a la niña que pide aquel cuerpo
En vez de sotana marciales arreos
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
Con vivas y audaces miradas de fuego
Parece decirla: "¡Te quiero! ¡Te quiero!
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo
Sí yo no soy tuyo, me muero, me muero!"
A la niña entonces se le oprime el pecho
La labor suspende y olvida los rezos
Y ya sólo vive en su pensamiento
El seminarista de los ojos negros
En una lluviosa mañana de invierno
La niña que alegre saltaba del lecho
Oyó tristes cantos y fúnebres rezos
Por la angosta calle pasaba un entierro
Un seminarista sin duda era el muerto
Pues cuatro llevaban en hombros el féretro
Con la beca roja por cima cubierto
Y sobre la beca el bonete negro
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
Los seminaristas iban en silencio
Siempre en dos filas hacia el cementerio
Como por las tardes al ir de paseo
La niña angustiada miraba el cortejo
Los conoce a todos a fuerza de verlos
Sólo, sólo falta entre todos ellos
El seminarista de los ojos negros
Corrieron los años pasó mucho tiempo
Y allá en la ventana del casucho viejo
Una pobre anciana de blancos cabellos
Con la tez rugosa y encorvado el cuerpo
Mientras la costura mezcla con el rezo
Ve todas las tardes pasar en silencio
Los seminaristas que van de paseo
La labor suspende, los mira y al verlos
Sus ojos azules ya tristes y muertos
Vierten silenciosas lágrimas de hielo
Vieja, sola y triste aún guarda el recuerdo
Del seminarista de los ojos negros
(Miguel Ramos Carrión)